martes, 3 de septiembre de 2013

¿Estudias o tuiteas?

Los sábados no había qué preguntar. Sabíamos que teníamos que estar en la redacción del periódico antes de las 16:00 horas para poder entrevistar al entrenador de turno y poder hacer las previas de los partidos de fútbol de la edición del domingo. Superada esta hora, se corría el riesgo de que el técnico hubiera salido de su casa, generalmente a ver otros partidos -uno confesó con la boca chica que estaba en el Carrefour con su mujer-, y ya te olvidabas de él hasta las nueve de la noche. Era lo que suponía llamar a un teléfono fijo.

Puede parecer que era otra época, pero de eso solo han pasado algo más de 10 años, el boom de los móviles. Me viene a la mente aquel horario cuando comparo y veo cómo la tecnología ha cambiado las costumbres e incluso a las personas. “Ahora los niños de 2 años desbloquean la pantalla del iPhone, abren y cierran aplicaciones. Todo solitos. Yo a esa edad comía arena”, leí en un tweet de @OlaKAseTu. Cómico, pero verdad. A esa edad hoy, por supuesto, que comes arena, pero también empiezas a estar familiarizado, aunque no se entienda, con la tecnología, que ya no se puede llamar nueva porque hace tiempo que ella mismo desdibujó el concepto de novedad.

Toda esta introducción para contar que las redes sociales e internet (a la altura ya de inventos como la rueda) han revolucionado los hábitos de los mortales. No se ha librado ni la consolidada televisión, que ha encontrado en Facebook, Twitter, YouTube y demás un gran complemento para su programación. Las audiencias ya no solo se controlan en los hogares, sino también en las redes. En poco tiempo escucharemos que una cadena retira de su parrilla tal serie o concurso porque no fue retuiteada lo suficiente o porque no alcanzó en los tres primeros capítulos ni un trending topic.

Es la progresión de la comunicación 1.0 a la 3.0. Primero era solo emitir un  mensaje, luego emitirlo y escuchar la respuesta y ahora emitirlo, escucharlo y enviar uno nuevo en función de la información recabada del usuario. Será el triunfo de las mayorías televisivas.


                                                                                         joryx.com / ddg

 
También se nota en la búsqueda de empleo. El currículo vitae y la carta de presentación en papel y los anuncios en prensa se han quedado casi obsoletas. Pero es que ni plataformas como Infojobs o Infoempleo son los referentes que fueron. Hoy los puestos, poquitos en España, están en los muros y en los timeline y, por supuesto, en Linkedin. Los más valientes tienen su currículo en vídeo, aunque lo más importante hoy es lo que se denomina tener reputación on line. Básicamente, que el de Recursos Humanos de una empresa no encuentre una foto o comentario tuyo comprometido cuando ponga tu nombre y apellidos en Google, convertido hoy en el primer filtro laboral, sino que se haga una idea de que eres un crack. Por eso es conveniente hacer esta prueba por ti mismo ya.

A partir de aquí todo lo que a uno se le ocurra está en las redes sociales. De cómo elegir universidad, a pedir financiación sin pasar por los bancos (crowdlending) y saber lo último de la gastronomía española. Eso sin contar con que las redes sociales están acabando poco a poco con las cámaras de fotos y la publicidad de toda la vida. Ahora las ponencias tienen que ser tuiteables, hay escraches virtuales, la soberanía sigue residiendo en el pueblo, pero en el digital, las denuncias y las reclamaciones son más efectivas en Twitter que en las oficinas del consumidor y los periódicos se leen en tus listas de Twitter para no acudir a ellos directamente.

Cambian también las rutinas humanas: se felicita por Facebook, se da el pésame por Twitter, se liga por Meetic y se habla con los amigos de toda la vida y de la Universidad por los grupos de WhatsApp (se admiten en el apartado de Comentarios más cambios que se os ocurran). Leído en voz alta suena poco romántico, pero aún más revolucionario, aunque claro el que escribe esto entregó trabajos en la universidad escritos a máquina porque a mano ya no se podía.

2 comentarios:

  1. En el mejor de los casos yo hacía la crónica del partido en una máquina de escribir y la mandaba por fax desde el hotel. Si no tenía, y como tampoco había por entonces cibercafés ni nada por el estilo, tenía que dictársela por teléfono a un compañero. No estoy muy seguro, pero eso sería en torno a 1996-1998. Ahora se lo cuento a mi hija, que tiene 15 años, y le cuesta creerlo.

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  2. Me acuerdo de aquello, Guille. No obstante, mi anécdota preferida tuya es aquella clase de informática en la universidad con el ordenador imaginario, jajaja.

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