domingo, 1 de diciembre de 2013

Artesanos de la droga

En Marruecos hay un artesano del hachís que llevado por su forofismo con el Real Madrid y me imagino que también su aburrimiento estampa en las bellotas que prepara el escudo de sus amores.

No sé sus razones, pero si me lo imagino en el garaje de cualquier punto de la costa marroquí y en medio de rezos lejanos de las mezquitas, cual ilustre orfebre, tallando minuciosamente los recovecos del emblema y orgullosísimo de su trabajo final.

Bellota del Madrid.
Los marroquíes, además de muy del Madrid y listos por sus circunstancias (nada más hace falta ver cómo aprenden idiomas en cuestión de semanas y nosotros nos tiramos toda una vida para alcanzar un nivel B-1 de inglés), son genios en los trabajos manuales.

Más de uno se descarrila y opta por el dinero rápido y fácil de la droga. No debe ser tan complicado caer en esas redes en un país que es el principal productor y exportador mundial de hachís. También son unos cracks como mecánicos, esconden los fardos en sitios inverosímiles de automóviles y son capaces de desmontar y luego montar una moto sin que le sobre o falte un tornillo.

Y al otro lado del Estrecho de Gibraltar están los nuestros, los traficantes españoles, que no son tan cucos, tal vez porque el hambre no les hizo así, tal vez porque dependan de la mercancía marroquí, pero también son grandes estrategas y genios por la parte que les toca.

En medio, está la Guardia Civil, Policía Nacional y demás Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y la Justicia con sus limitados medios y aprendiendo a ser más listos que ellos, a lo Tom y Jerry, y curtidos. Ya casi nada les sorprende. Han visto droga escondida en naranjas, en pañales, en carritos de bebé y en cuerpos humanos. De los pasadores, culeros o vagineras escribí un reportaje que fue injustamente no premiado internacionalmente (entiéndase la carga irónica).

Si a los traficantes les diera por invertir ese tiempo y dinero que emplean en tratar de burlar los controles en montar negocios legales seguramente que otro gallo nos cantaría, aunque Mariano no flipes, tampoco para salir de la crisis. Porque en el fondo son emprendedores a su manera, aunque también grandes derrochadores y tirando más bien a horteras y por ahí van muriendo. Recuerdo un juicio en la Audiencia Provincial de Algeciras a un supuesto traficante, que poseía dos casas, dos coches deportivos, varias televisiones de plasmas, consolas… y el pobre hombre seguía cobrando el paro. Lo demás eran minucias de un cuponazo premiado.

Viven en fortalezas nada infernales porque saben que algún día les visitará la Policía y están entrenados a deshacerse de la droga en el tiempo que los agentes rompen las puertas de seguridad y los cerrojos que se guardan siempre de tener echados. No se cortan porque les gusta aparentar y se decantan por esa vía laboral porque es sencilla y posiblemente es la que han aprendido desde pequeños, desde que la abuela, tíos y sobrinos trapicheaban con papelinas, aunque no sirva ni siquiera como atenuante. Ahora esgrimen que la crisis les ha llevado a eso, pero antes no estábamos tan mal.

                                                           Hachís aprehendido en un carrito de bebé.

Asumen este estilo de vida y saben que seguramente tendrán que pagar un peaje: el de la cárcel. Está entre los códigos que aceptan para que el negocio continúe o bien con ellos entre rejas o entre sus herederos.

Los narcos preguntan a los enmascarados (los policías suelen taparse la cara cuando desarticulan un punto de venta de droga) cuando son detenidos las razones, si no hacen nada malo, si no matan, ni maltratan… Bueno, directamente no, pero comprobado está que la droga mata y que lo peor del tráfico de estupefacientes no es el propio tráfico, sino los delitos que generan a su alrededor: riñas, armas, asesinatos y el manido ajuste de cuentas.

Eso sí, tienen su orgullo. Hubo un acusado y luego condenado por delito contra la salud pública que me sugirió a la puerta del juzgado, como ellos saben sugerir, que por favor no escribiera en el periódico que pertenecía a un determinado clan, que tenía su nombres y apellidos (Capítulo aparte están los motes con los que son realmente conocidos).

También tienen su punto. Me acuerdo de aquel narcotraficante antes de ser juzgado que se quería acoger a la quinta enmienda y a aquella pobre mujer justificando que si tenía una balanza de precisión (usada para medir exactamente las cantidades) era para no pasarse ni un gramo de comida porque quería quitarse un odioso michelín para el verano. Los hay que asumen toda la autoría para salvar al compañero y acaban en la cárcel como héroes. Artesanos y héroes.