lunes, 26 de agosto de 2013

Prohibido hablar de la cosa

Soy de los que casi siempre tratan de situarse en el lado de los del vaso medio lleno, como si a veces se pudiera elegir. Este tiempo de crisis es muy propicio para caer en el pozo. Reconozcamos que el entorno tampoco precisamente ayuda. No hay día en que los telediarios no mencionen la palabra crisis (al final voy a echar de menos el eufemismo de crecimiento negativo) y no hay cena o tapas con amigos que se salven sin hablar de lo mala que está la situación.

Me cuentan que en Inglaterra no están preocupados por la coyuntura económica ni tampoco demasiado por Gibraltar. Tampoco creamos que los de UK son una sociedad perfecta. Hay una ferretería en Granada (lo siento, pero no me acuerdo del nombre) cuyo dueño ha puesto un cartel que reza más o menos así: “Prohibido hablar de lo mal que está la cosa”. La cosa es como el humo negro de la serie Lost.

Paralelamente a la tristeza de España, ha aflorado una corriente tipo buen rollo que convierte las penurias en algo positivo. Ya sabéis la crisis genera más oportunidades, nuevos retos que afrontar, lo de conocerte a ti mismo, aclarar tus verdaderos amigos, si han pasado las cosas así sus razones tendrá o así aprenderemos la lección (la última parte es en la que menos confío).

Tony Robbins sugiere 10 creencias positivas, aunque el prototipo de esta filosofía es el best seller El Secreto, que defiende que proyectar cosas positivas puede llegar a modificar resultados. A raíz o a la par del libro de Rhonda Byrne han surgido numerosas obras, blogs, conferencias, seminarios y hasta masters (que no falten) sobre estos temas. Aquí se aplica la máxima anterior de las oportunidades que generan la crisis.  

                                           Celia Cruz y su "La vida es un Carnaval".

Leí o me contaron que las personas conocen un lado desconocido y brutal de sí mismos cuando llegan a situaciones límite. Otras rehúyen y algunas son simplemente positivas por naturaleza. Existen. Son a ellas a las que hay que arrimarse en estos tiempos, aunque estoy convencido de que en algún momento de su vida, limpiándose los dientes o comprando en el Mercadona, tendrán sus momentos de derrumbe.

No soy mucho de libros de autoayuda, pero llevo unos pocos leídos. Me pasa lo mismo que con Almodóvar. No me chifla, pero me he visto casi todas sus películas. ¿Y me han servido? Me refiero a los libros. Pues lo suficiente para pensar que autoflagelarse no lleva a ninguna parte, aunque a veces me lo tengo-tienen que recordar. No sé si es el camino fácil de mirar para otro lado, tirar para adelante, el efecto placebo, el destino o la felicidad del ignorante. El otro día leí un artículo sobre un estudio de estudios sobre la necesidad de la religión en función del intelecto. Los más inteligentes no creen. Conozco a zoquetes que se confiesan ateos.

A los pesimistas se les denomina hoy personas tóxicas y yo no quiero. Y como no quiero, pues ahí va mi canción de la mítica Celia Cruz y mi aportación de hoy de mensajes positivos efectos colaterales de estos tiempos. “En las épocas de grandes crisis siempre ha florecido la mejor poesía, es lo único bueno que tiene la crisis, que saldrán buenos poetas a cagarse en todo lo que se pueda cagar”, dijo Joaquín Sabina en la inauguración de los cursos de verano de la Universidad Internacional de Andalucía. Más solidaridad gracias a asociaciones como Cadena Humana; a más paro, más lectores y la que particularmente más me ha gustado la caída del tunning en los vehículos.

Dos sugerencias y una petición: si realmente queréis levantaros el ánimo emocional pasaros por el blog de Fátima Abril y si queréis echaros unas risas iros al Mundo Today. La petición: basta ya de mandar imágenes o vídeos con frases célebres o mensajes tipo Hoy es tu día, los límites los pone tu corazón y bla, bla, bla enmarcados en paisajes de flores, pájaros o mares cristalinos. Sacan mi lado del vaso medio vacío.

lunes, 19 de agosto de 2013

Google, como las madres

Hace un año que comencé a volcarme en el mundo súper cambiante y casi infinito del  community management y desde el primer día se me quedó grabada o me grabaron la palabra posicionamiento. Es el objetivo-obsesión de las empresas y de los profesionales del marketing digital. Tiene su lógica. Se trata de colocar tu negocio, producto o servicio en las primeras posiciones del dios Google, aunque al buscador que utilizamos casi todos yo lo veo más como una madre que como un todopoderoso, admitiendo el hecho de que también las madres tienen algo de sobrenatural. Regresando a la cuestión y poniéndonos descartianos: Si estás arriba en su página eres, si no, dejas de existir. Y para estar en la pole position o pagas o te lo curras (SEM y SEO).

También me hablaron de que había que luchar contra los algoritmos programados de Google que te evalúan para castigarte o premiarte. Aquí es donde veo el mayor parecido con las madres. Y luego me imaginaba un paisaje tipo Tierra Media en El Señor de los Anillos en donde los community manager se enfrentaban a los googelianos por la conquista de los algoritmos. Es algo más complejo (por el componente técnico) y sencillo a la vez. Detrás de Google está un complicado entramado de programación informática que puntúa tus movimientos en la red.

                                          Imagen de El Señor de los Anillos (New Line Cinema). 

Ese empeño por posicionar significaba en muchos casos que los autores de los blogs, redes sociales y páginas web estuvieran más atentos por satisfacer las operaciones de Google que a sus propios destinatarios. Lo importante era estar arriba, vender y luego los demás. Había truquitos, que los sabían unos pocos, porque Google oficialmente no abría la boca. Te podías encontrar recomendaciones cómo preñar tu perfil de Linkedin de las palabras clave que te interesaban cuando querías que te encontraran. Por ejemplo deslizar artificialmente más de 40  veces periodista en tu currículo, aunque no casara mucho. Se trataba de jugársela al robot. Los había más sofisticados creando dominios sombra, páginas puerta o enlaces ocultos (A Google tanto le interesa eliminar estás prácticas que incluso ha habilitado una dirección para denunciarlas).

A mí todo esto me parecía extraño porque yo estaba acostumbrado a escribir y dirigirme a personas humanas (lectores de prensa) y no a entes programados, pero eran las reglas de juego. Pero no las de Google que, como las buenas madres, no tiene un pelo de tonto y vio que le estaban engañando -no me gustaría verme en medio de su furia- y ahora si te pilla la has cagado.

Lo último que dice es que premia la calidad de los contenidos (Facebook también ha cambiado su algoritmo para premiar el valor de la afinidad). Me parece bien. Tiene parte de los fundamentos que aprendí en la Facultad de Periodismo. Una noticia es que sea un hecho verdadero, inédito, actual y de interés general. La calidad es luego lo que te diferencia de tu competencia (la máxima del contenido es el rey).

Pero tampoco nos vayamos a engañar, nuestra madre Google tampoco es que esté más preocupada por la calidad que antes. Le puede inquietar que el usuario salga satisfecho de su búsqueda, pero sobre todo quiere ingresos y sabe que si la chicha es sabrosa, generará más tráfico y a más tráfico, sus ganancias publicitarias se incrementarán (Manda narices que se beneficie de contenidos de los demás a coste cero, que luego los castigue y que además admita sin tapujos que nos espía a través de los correos electrónicos de Gmail para incluir publicidad. Es lo que tiene el monopolio: dependencia. Cinco minutos sin él puede ser el caos).

Luis M. Villanueva, experto en SEO, apunta que “quien posiciona ya no es Google: son las personas. El nuevo posicionamiento es 20% de técnica y 80% de emociones”. Me parece un terreno más justo para todos. En los sentimientos ya no cuentan tanto los trucos, aunque sí hay normas de estilo que ayudan a mejorar el posicionamiento.

Consejos y expresiones mágicas para mejorar el SEO hay para parar un carro en la red: titulares que enganchen, imágenes, vídeos, negritas, cursivas, ser activo en las redes sociales, crear relaciones, keywords, escribir para otros blogs, interaccionar, cuidar la estética, actualizar… Enlazo esta entrada por su visualidad.

Básicamente: contenidos de calidad y orientado a personas. Repetido en voz alta suena a simple sentido común.Y, por supuesto, nada de truquitos porque al final las madres siempre te pillan. Por eso, Google si en algún momento te has sentido ofendido con algo de este post, mis disculpas por adelantado.

Enlaces de interés sobre los algoritmos de Google:

http://ow.ly/o1WDY 
http://ow.ly/o1WG8  
http://ow.ly/o1WJH
http://ow.ly/o1WMR
http://goo.gl/1VMzwJ

martes, 13 de agosto de 2013

Esperando a Jeff Bezos

Me puedo imaginar hace diez años a los dueños de las grandes editoriales de periódicos acariciando a un gato persa en su amarronado despacho en la última planta de un carísimo edificio de una capital del mundo, mientras su secretaria le pasa llamadas de los políticos de turno pidiéndole o exigiéndole, según la tirada. Varios pisos más abajo estaban las redacciones con sus periodistas, que se creían que algún día podrían destapar un Watergate, esa fe dependía del tiempo que llevaran en la profesión. Los había quienes se resistían a cambiar un titular, aunque si la llamada procedía de arriba poco había que hacer. En esos casos, había plumillas que se cabreaban, otros que se resignaban y los que literalmente pasaban, también dependía de los años de carrera en la empresa.

Hoy pienso en los mismos dueños estrangulando a la misma mascota porque no termina de llegar la llamada de una gran empresa que le haga una oferta definitiva y poner en la ventana de su despacho, que apenas se ha modernizado, el cartel de Vendido, pensando en unas merecidas vacaciones en un crucero por el Mediterráneo y convencidos de que ya han hecho bastante por esta sociedad. Abajo estará la misma redacción, pero con la mitad de la mitad de los periodistas y con el doble del doble de trabajo.

                                                  Imagen tomada de Michisdelmundo.blogspot.com

Las empresas editoriales, aunque el New York Times ya se ha apresurado a decir que no está a la venta, están deseando que les llame a su puerta un Jeff Bezos (Amazon) y que pongan encima de su mesa pongamos que 250 millones de dólares por su Washington Post. Se tirarían de cabeza a por la oferta a la baja. Las pérdidas de los periódicos siguen en caída libre, semiconfiados en una publicidad que ya nunca volverá, sin poder echar mano de la generosidad de algún constructor y con lectores que ya no se pasan por los quioscos. Lo peor de todo es que ya no saben dónde está su negocio y menos su futuro. Miran a Estados Unidos porque allí se supone que está la avanzadilla, pero aquel continente tampoco lo tiene claro.

Leí en uno de los libros de la trilogía de Stieg Larsson lo que le ha sucedido a la prensa. Es un círculo viciosísimo del que no sé exactamente el comienzo. Para arrancar echémosle la culpa inicial a los periodistas (muy socorrido). Dejaron de contar cosas interesantes, los lectores huyeron y la publicidad cayó. Como la publicidad se desplomó, el periódico sufrió en su cuenta de resultados y decidió aligerar su plantilla, con menos personal las historias fueron aún menos interesantes y los lectores, que no tienen un pelo de tontos a pesar de que les regales vajillas de La Cartuja, renunciaron a comprar ejemplares y se fueron a Internet. Y así sigue y suma. “Son los medios tradicionales de comunicación los que se han suicidado al reemplazar el valor de dar noticias por el del recorte y el beneficio”.

Así se entiende que un reportaje de investigación (¿siguen existiendo?) es hoy un bien de lujo en un periódico. Es lo que cuenta Ramón Lobo en El lobo se compra a Caperucita (Infolibre, 08-08-2013). “Si la tendencia sigue decreciente acabarán por desaparecer las noticias (…). Se reemplaza información por simulación” (Pinchar en el enlace anterior).

Y ahora todos los medios de comunicación están mirando lo que va a hacer Bezos con el Washington Post para imitar o para ver si se despeña para no copiar. Ya avisa de que habrá cambios, de que no existe mapa que guíe, de que habrá que inventar, experimentar y de que la piedra de toque serán los lectores y sus intereses. Huele a nuevos despidos.

El especialista Adrián Segovia sostiene en Las nuevas Fundaciones de las empresas Tecnológicas (El País, 7-08-2013) que la industria de los medios sigue apeteciendo a los ricos porque es bonita, además ahora barata y porque tener poder es tener poder.

Aviso urgente: Las empresas interesadas en comprar periódicos, ya sea por poder, por su afán de salvar el mundo o por simple capricho, se tendrán que apresurar a comprar antes de que las redacciones apaguen las luces y el gatito del de arriba acabe estrangulado por ahogamiento.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Becarios sin referencias

“Mal empezamos si lo primero que haces es arrebatarme el periódico”. Es lo primero que escuché de un periodista veterano en mi primer día de prácticas. Allí estaba yo en la entrada de Europa Sur con mi cara de pardillo (porque para qué vamos a engañarnos todo becario tiene pinta de asustadizo cuando entra y algunos también cuando salen) el primer día que me estrené en un periódico. El que me lo soltó fue Guillermo Ortega, a la postre uno de los maestritos (termino acuñado por el también maestrito Serranito @serranovalero) de los que aprendí este oficio de contar historias y que al poco descubrí su sentido de la ironía (confieso que soy el de tercer párrafo de Esos locos becarios).

De ese día también recuerdo leer en un papel amarillento colgado en una de las vitrinas de la anterior sede del periódico consejos inapelables de la profesión del maestro Gabriel García Márquez, mejor cronista que escritor. Se me quedó grabado no sé a cuento de qué de que un buen reportaje no debe escatimar en detalles (Pudo ser perfectamente esta sentencia, aunque la recuerdo más breve: “El reportaje, que es el género que amo, ha sido degenerado a la entrevista. El reportaje es la reconstrucción de un hecho tal y como sucedió en todos sus detalles. Y eso es cada vez menos frecuente en el periodismo: cada vez hay menos reportajes y reporteros en Latinoamérica”). Añado (aquí yo apostillando a García Márquez) esos detalles anecdóticos aparentemente insignificantes, pero cargados de simbolismo. Se trata de la destrucción masiva de las famosas 6W y de la pirámide invertida que habíamos aprendido en la Universidad. Y yo que me había salido en el examen de la asignatura de la carrera de Periodismo (renombrada ahora como Ciencias de la Información) de Lenguaje Informativo.

Fui becario todos los veranos de mi carrera, incluido radio y televisión, y fue el periodo en el que comencé a enterarme de qué iba eso del periodismo. Con sus muchas sombras, pero también con sus luces. En aquellos días me di cuenta de lo que significa el horario chicle (sabes cuándo entras, más tarde que el resto, pero no cuando sales) y que de juntar letras y titulando no iba a aparecer en el top ten de los más ricos de la revista Forbes.

                                                               Foto de Miguel Ángel Benedicto / APM 

Precisamente aquel que me “regañó” en mi primer día reflexionaba el 3 de julio en Nuevo periodismo (en minúscula) hace unos días sobre la devaluación de esta figura (cuando ya había parecido tocar fondo con el escándalo de Mónica Lewinski). “Los nuevos son mejores, estoy seguro, pero me temo que llegan demasiado tarde para engancharse al periodismo de siempre y demasiado pronto para el que surgirá cuando la profesión, como dicen los pomposos, se reformule”, apuntaba. Me inquieta qué pasará con ese cambio generacional, ambos fuera del mercado por diferentes circunstancias.

No se trata de una generación perdida, sino nada menos que dos, pero también me causa pavor pensar en esos becarios que entran ahora en las redacciones y no encuentran referentes, aunque solo sea para preguntarles el cargo de tal o cual político, a pesar de que dios Google te lo suelte en cinco segundos, pero no es lo mismo. Yo aprendí más observando y leyendo a los profesionales de mi entorno que con sus propios consejos. Además generaban un clima de seguridad que te invitaba a arriesgar.

Confirmo que es frustrante levantar la cabeza del ordenador y no saber a quién dirigirte. El otro día escuché a salto de mata en un programa de la SER (no puedo detallar la autoría, lo siento García Márquez) que lo que pasa es que no ha habido relevo generacional entre el periodista viejo y el nuevo, ambos en la calle. ¿Consecuencias? Muchas y malas. En ese camino se pierden fuentes, contactos, experiencias y lo principal, profesionales. Que como dicen en el fútbol son el patrimonio de los clubes.

Pensemos en los becarios de ahora. Carmen Rengel lo hizo el 3 de agosto en Becarios y el investigador Ramón Salaverría articuló en el post Tú también fuiste becario, publicado el pasado 22 de mayo, diez consejos de cómo tratar a estos nuevos profesionales (Ojo, sois becarios no esclavos y tenéis vuestros derechos). Me quedo con el noveno: “No seas cenizo… tus becarios sabrán incluso mejor que tú qué significa trabajar por un sueldo miserable. Así que no hace falta que se lo recuerdes cada minuto. Respeta su ilusión”. Es verdad que de la ilusión no se come, pero sé que se renueva infinitamente y además sirve para ir tirando. Y entre estas reflexiones aparece Carmen Delgado, que se acaba de graduar en Periodismo con 84 años. Quizás ella son los pequeños detalles simbólicos a los que se refería García Márquez.

PD: Guille, sabes que lo de arrebatarte el periódico fue sin acritud.

viernes, 2 de agosto de 2013

Cuando la Justicia baja al pueblo

He seguido, supongo que como el resto de los mortales, con atención el desarrollo del juicio a José Bretón. No tanto por conocer la sentencia (estaba cantada), sino porque me vinieron a la mente los dos juicios con jurado popular que me tocó cubrir.

Para empezar me parece mal que once criaturitas (dos de ellos suplentes) se enfrenten al marronazo de decidir si una persona es culpable o inocente, aunque luego sea la ley la que imponga las penas, y tampoco creo que la Justicia, colapsada y lenta, esté para protocolos como exige este tipo de justicia. Eso sin contar con el dinero, incluido lo que cuestan las dietas de los miembros del jurado (unos 1.300 euros).

El típico ejemplo que se pone en estos casos es que a nadie se le ocurriría poner a operar a una persona que tiene cero conocimientos de Medicina. Bueno, a decir verdad, lo mismo, lo mismo no es. La idea del jurado popular es que el sentido común decida y también lo de que la Justicia resida en el pueblo. La realidad es que conozco a pocos letrados, fiscales y jueces que les guste esta fórmula. De hecho, es casi residual en España.

No obstante, lo del jurado popular tiene mucho de experimento sociológico. Un Gran Hermano a lo judicial. Allí se junta un grupo de personas que no se ha visto en la vida para decidir sobre el futuro de un acusado. Casi nadie quiere ser (yo tampoco querría) y tras un sorteo llega a la última criba en la que las partes (abogados, fiscales y jueces) pueden recusar. Es aquí donde los candidatos si pudieran venderían a su madre al diablo. Las partes les tantean y ven si su perfil favorece a sus fines.

En los dos casos que presencié, los candidatos respondieron a preguntas sobre su opinión sobre la Justicia en España, sus conocimientos sobre el Derecho, sus relaciones con la Justicia, si tenían algún familiar que fuera abogado… Recuerdo a una mujer llorar desesperadamente ante la juez rogándole que no la seleccionaran por prescripción médica. No fue un buen trago, pero al menos no la eligieron.

                                         El jurado popular declara culpable a José Bretón.
                                         (Subido por David Sánchez a YouTube)

Unas horas después arranca el juicio y pronto como en las buenas películas, los miembros del jurado asumen su rol: el líder, el puntilloso, el pasota, el interesado, el que sigue cagado… Me gusta la parte en la que los abogados y fiscales tratan de camelarse al jurado y les explican en plan colegas de barra de tapas lo que va a pasar y su postura. Tratan de convencerlos y por fin la Justicia baja al pueblo, es decir, por fin se entiende casi todo de lo que hablan. Les conviene.

Los fiscales siempre avisan de que aquello no tiene nada que ver con las películas americanas y que no habrá pruebas de última hora que den un vuelco al caso. El papel más complicado es el de los letrados que defienden. Tienen todas las de perder. Los más avispados recurren al sentimentalismo puro y duro, vamos, a tocarle la fibra sensible al jurado y les insisten en eso de que los sospechosos sin pruebas no pueden ser condenados. En los procedimientos con tribunales profesionales ni se les ocurriría acudir a esta vía porque los magistrados y fiscales suelen estar curados de espanto. 

Estos jueces por unos días, a estas alturas casi íntimos (ya se sabe que los malos tragos unen), deliberan aislados y luego, el líder, con dos huevos, lee en voz alta y delante del acusado la resolución, que unos días más tarde el juez transformará en penas de cárcel o en una absolución.

Hubo tablas (una condena y una absolución) en los dos juicios que yo cubrí para el periódico. El caso de Fray Junípero Serra estaba más claro y el del Guardia Civil fue como un buen guión de una buena película de Hollywood, incluido la pareja del acusado llorando y fundiéndose en un abrazo a su hombre libre de cargos ya. Recuerdo al abogado Pedro Apalategui, conocido por el Caso de Rocío Wanninkhof, dándole la vuelta a todas las pruebas, incluidas las aparentemente más claras. No me gustaría verme en un marrón de este tipo, pero tengo claro a qué letrado recurriría en caso de que el pueblo me juzgara.

¿Es más justa está Justicia? Supongo que no, pero para qué vamos a engañarnos a los españoles nos chifla opinar, nominar y excluir ya sea en una sala de vistas o para decidir al mejor cantante o el mejor cocinero en un plató de televisión.