martes, 13 de agosto de 2013

Esperando a Jeff Bezos

Me puedo imaginar hace diez años a los dueños de las grandes editoriales de periódicos acariciando a un gato persa en su amarronado despacho en la última planta de un carísimo edificio de una capital del mundo, mientras su secretaria le pasa llamadas de los políticos de turno pidiéndole o exigiéndole, según la tirada. Varios pisos más abajo estaban las redacciones con sus periodistas, que se creían que algún día podrían destapar un Watergate, esa fe dependía del tiempo que llevaran en la profesión. Los había quienes se resistían a cambiar un titular, aunque si la llamada procedía de arriba poco había que hacer. En esos casos, había plumillas que se cabreaban, otros que se resignaban y los que literalmente pasaban, también dependía de los años de carrera en la empresa.

Hoy pienso en los mismos dueños estrangulando a la misma mascota porque no termina de llegar la llamada de una gran empresa que le haga una oferta definitiva y poner en la ventana de su despacho, que apenas se ha modernizado, el cartel de Vendido, pensando en unas merecidas vacaciones en un crucero por el Mediterráneo y convencidos de que ya han hecho bastante por esta sociedad. Abajo estará la misma redacción, pero con la mitad de la mitad de los periodistas y con el doble del doble de trabajo.

                                                  Imagen tomada de Michisdelmundo.blogspot.com

Las empresas editoriales, aunque el New York Times ya se ha apresurado a decir que no está a la venta, están deseando que les llame a su puerta un Jeff Bezos (Amazon) y que pongan encima de su mesa pongamos que 250 millones de dólares por su Washington Post. Se tirarían de cabeza a por la oferta a la baja. Las pérdidas de los periódicos siguen en caída libre, semiconfiados en una publicidad que ya nunca volverá, sin poder echar mano de la generosidad de algún constructor y con lectores que ya no se pasan por los quioscos. Lo peor de todo es que ya no saben dónde está su negocio y menos su futuro. Miran a Estados Unidos porque allí se supone que está la avanzadilla, pero aquel continente tampoco lo tiene claro.

Leí en uno de los libros de la trilogía de Stieg Larsson lo que le ha sucedido a la prensa. Es un círculo viciosísimo del que no sé exactamente el comienzo. Para arrancar echémosle la culpa inicial a los periodistas (muy socorrido). Dejaron de contar cosas interesantes, los lectores huyeron y la publicidad cayó. Como la publicidad se desplomó, el periódico sufrió en su cuenta de resultados y decidió aligerar su plantilla, con menos personal las historias fueron aún menos interesantes y los lectores, que no tienen un pelo de tontos a pesar de que les regales vajillas de La Cartuja, renunciaron a comprar ejemplares y se fueron a Internet. Y así sigue y suma. “Son los medios tradicionales de comunicación los que se han suicidado al reemplazar el valor de dar noticias por el del recorte y el beneficio”.

Así se entiende que un reportaje de investigación (¿siguen existiendo?) es hoy un bien de lujo en un periódico. Es lo que cuenta Ramón Lobo en El lobo se compra a Caperucita (Infolibre, 08-08-2013). “Si la tendencia sigue decreciente acabarán por desaparecer las noticias (…). Se reemplaza información por simulación” (Pinchar en el enlace anterior).

Y ahora todos los medios de comunicación están mirando lo que va a hacer Bezos con el Washington Post para imitar o para ver si se despeña para no copiar. Ya avisa de que habrá cambios, de que no existe mapa que guíe, de que habrá que inventar, experimentar y de que la piedra de toque serán los lectores y sus intereses. Huele a nuevos despidos.

El especialista Adrián Segovia sostiene en Las nuevas Fundaciones de las empresas Tecnológicas (El País, 7-08-2013) que la industria de los medios sigue apeteciendo a los ricos porque es bonita, además ahora barata y porque tener poder es tener poder.

Aviso urgente: Las empresas interesadas en comprar periódicos, ya sea por poder, por su afán de salvar el mundo o por simple capricho, se tendrán que apresurar a comprar antes de que las redacciones apaguen las luces y el gatito del de arriba acabe estrangulado por ahogamiento.

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